En los últimos dos años casi no hemos tenido oportunidad ni tiempo para la celebración ni casi para la alegría cotidiana. Sufrimos primero las consecuencias letales de la irrupción del coronavirus en todo el mundo. Vimos llegar después la guerra a un país vecino, a pocas horas de vuelo desde casa, y nos enfrentamos ahora a una crisis económica motivada por los dos hechos anteriores.
Así las cosas, aunque el calor, el verano y la posibilidad de descansar y reencontrarse con los amigos y la familia están ya muy próximos, a veces, por empatía con quienes lo siguen pasando mal, por prudencia o por respeto no nos “damos permiso”, para ser y estar felices. Esa empatía, el mirar y ponerse en el lugar del otro, tienen que ver, explica la psicóloga Pilar Conde con la prolongación del tiempo de luto, que, culturalmente hablando, es extenso y lleva a la instauración de creencias del tipo “como ha pasado esto tan malo, yo no debería sentirme bien”.
Para la directora técnica de Clínicas Origen, este sentimiento de culpa tiene que ver también con los constructos sociales establecidos alrededor de la experiencia individual de la felicidad. Algunas personas que han pasado por acontecimientos negativos creen que ya no pueden ser felices y si llegan a serlo se sienten mal. Otros piensan de la misma manera cuando lo malo les sucede a otros. Incluso, cuenta, hay quien cree que si se siente feliz puede atraer hacia sí algo negativo.
Sin embargo, advierte la psicóloga, una cosa es que no expresamos nuestra felicidad en contextos inadecuados —en presencia, por ejemplo, de alguien que vive una desgracia— y otra reprimirla. Al igual que es contraproducente reprimir la tristeza, también lo es reprimir la alegría. Muy al contrario, hay que experimentarla y compartirla en las condiciones adecuadas.
Además, es positivo para el resto porque existe el contagio social de lo positivo. Para Pilar Conde la pandemia ha sido un buen ejemplo de ello, ya que se han atravesado distintos estados colectivos y de grupo, desde el miedo y la incertidumbre a la esperanza. Ahora, tras lo pasado, cuando vemos a gente abrazándose y riendo juntos, nos contagiamos de su alegría, “generan retroalimentación grupal”.
Así, poco a poco, se va instaurando lo que se ha venido llamando la nueva normalidad y que aquí podíamos denominar la nueva normalidad emocional y que tiene que ver con la capacidad del ser humano de adaptarse a las circunstancias y de ir olvidando, en la medida de lo posible y para su supervivencia, lo malo.
La felicidad, explica la psicóloga, es uno de nuestros estados emocionales y lo importante no es sólo sentirla, sino ser conscientes de que lo hacemos. De esta manera, seremos capaces de valorarla y disfrutarla con mayor agradecimiento.
Lo más importante es que esta sensación no es incompatible con sentir preocupación por otros asuntos y personas. Así que prepárate, si tus circunstancias lo permiten, a ser feliz este verano, a disfrutar del aire libre, de la vida social, de la naturaleza.
Para ello, y al margen del contexto histórico social que vivimos, la experta de Origen te deja cuatro consejos que te ayudarán a ser feliz de manera plena este verano.
Centra la atención en el momento presente, en las conversaciones, sensaciones, personas, lugares. Vive el instante.
Desconecta de las responsabilidad laborales. Delega en tus compañeros.
Desconecta del móvil y las redes sociales. Es muy importante no vivir las vacaciones para mostrar tus eventos a los demás, sino para obtener la satisfacción y felicidad de las experiencias que vayas a vivir, sin necesidad de likes y miradas ajenas.
Aunque hayas planificado las vacaciones, deja también tiempo a la improvisación. Déjate llevar y disfruta.
Siendo más feliz, termina Conde, podrás ser más empático y conectar con los demás, con su preocupación y tristeza, pero también con su alegría. En esto de la felicidad, todo cuenta.
Pilar Conde es psicóloga y directora técnica de Clínicas Origen
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